El claroscuro mozartiano
lunes, 27 de marzo de 2017
Jaime Donoso Arellano
El jueves, en el Teatro Municipal, tuvo lugar un concierto dedicado a Mozart, y en el que participaron solistas, el Coro del Municipal de Santiago (director, Jorge Klastornick) y la Orquesta Filarmónica de Santiago, todos bajo la conducción de Konstantin Chudovsky. En el programa, las «Vísperas solemnes para un confesor». K.V. 339, y la Gran Misa en Do Menor, K.V. 427.
El programa, además de su valor musical intrínseco, sirvió para poner en el tapete el antiguo tema de la libertad del creador: el Mozart determinado por directrices externas (encargos, exigencias litúrgicas) y el Mozart que vuela sin cortapisas, sin otra sujeción que su imaginación creadora. Entre las dos obras presentadas, el contraste es evidente.
Lo anterior no quiere decir que las «Vísperas» sean una obra convencional . Al contrario, la conjunción de cinco Salmos y el Magnificat final es tan pródiga en ideas, que uno recuerda la opinión de Von Dittersdorf: «No he conocido a un compositor que posea tal asombrosa riqueza de pensamiento… No da tregua al auditor pues tan pronto aparece una magnífica idea es rápidamente desplazada por otra igualmente magnífica…» (1786). Esto crea enormes dificultades interpretativas para mantener el interés del discurso y no convertirlo en una sucesión de muchas y bellas notas. En ese sentido, tanto el excelente coro como los solistas Patricia Cifuentes, Evelyn Ramírez, Francisco Huerta y Patricio Sabaté parecieron pálidos y poco involucrados, sin perjuicio del maravilloso remanso del Laudate Dominum , conmovedoramente cantado por la soprano Patricia Cifuentes.
Todo cambió en la Misa. Obra inconclusa, lo que quedó dura más de una hora de maravillosa música, lo que hace suponer que si hubiera sido terminada, habría rivalizado en extensión con los grandes referentes de Bach y Beethoven.
Desde la certera elección del tempo en el emocionante Kyrie , Chudovsky entregó una excelente versión, transitando por la tragedia, el brillo operático y el barroquismo, y alcanzando cimas memorables como el sobrecogedor Qui tollis (magnífico el coro), el inicio del Gloria , el Cum sancto spiritu , el Hosanna y la concertación entre soprano y maderas del muy delicado Et incarnatus , donde se lució la soprano Patricia Cifuentes. La soprano Marcela González fue un brillante aporte (con pequeños descuidos de afinación) y el tenor Francisco Huerta y el barítono Patricio Sabaté cumplieron cabalmente sus roles, seguros y sobrios.
Chudovsky optó por la versión que cierra la misa usando el material del Kyrie en el Agnus Dei final, que Mozart no compuso, pero que le confiere redondez a la obra, dejándonos un Dona nobis pacem impregnado de santidad.